Aprendemos a no necesitar lo que nos quita la vida, para no lastimarnos talvez, para vivir mejor, buscamos refugio donde sea con tal de no darnos cuenta del desastre. Las defensas del virus del desencanto, que no siempre todo sale bien, que no siempre dos almas coinciden en el mismo camino y cuando lo hacen no siempre miran en la misma dirección.
Todos nos sentimos especiales de nosotros mismos, sentimos ser regalo cuando nos damos, tanto nos valoramos a veces que creemos que compartir la soledad es un regalo para quien nos precisa, cuando el regalo en realidad es otro.
Podríamos tener el gusto de exprimirnos los unos a los otros, los unos sobre los otros, pero un día nos hicimos selectos, como los animales y la naturaleza, aunque afortunadamente seguimos siendo imperfectos y humanos y también nos enamoramos de los débiles, de los pobres, de los feos por cualidades y magias de las que hoy no voy a hablar.
Huelo en las palabras preciada soledad, a veces de un modo repugnante, tanto que desprecio tus abrazos y me refiero a los que no me das, a los que echo de menos tantas veces, como si me sintiera mejor por no necesitar lo que no tengo, una mezcla entre molesta y orgullosa.
Alzo la frente miro al frente, elevo suavemente el contorno de una ceja, giro una vuelta, tomo el camino, el que me trae a mí y echo a andar.
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